lunes, 4 de junio de 2012

John Sheridan Le Fanu: EL FANTASMA Y EL ENSALMADOR


Una edición del libro

      Al revisar los papeles de mi apreciado y respetado amigo Francis Purcell, que hasta el día de su muerte y por espacio de casi cincuenta años desempeñó las arduas tareas propias de un párroco en el sur de Irlanda, encontré el documento que presento a continuación. Como éste había muchos, pues era un coleccionista curioso y paciente de antiguas tradiciones locales, materia muy abundante en la región en la que habitaba. Recuerdo que recoger y clasificar estas leyendas constituía un pasatiempo para él, pero no tuve noticia de que su afición por lo maravilloso y lo fantástico llegara al extremo de incitarle da dejar constancia escrita de los resultados de sus investigaciones hasta que, bajo la forma de “legado universal” su testamento puso en mis manos todos sus manuscritos. Para quienes piensen que el estudio de tales temas no concuerdan con el carácter y las costumbres de un cura rural, es conveniente resaltar que existía una clase de sacerdotes –los de la vieja escuela, clase casi extinta en la actualidad-, de costumbres más refinadas y de gustos más literarios que los de los discípulos de Maynooth.

                                                    
                                                            El autor

Tal vez haya que añadir que en el sur de Irlanda está muy extendida la superstición que ilustra el siguiente relato, a saber, que el cadáver que ha recibido sepultura más recientemente, durante la primera etapa de su estancia contrae la obligación de proporcionar agua fresca para calmar la sed abrasadora del purgatorio a los demás inquilinos del camposanto en el que se encuentra.

                 
                        Paisaje de la región

 El autor puede dar fe de un caso en el que un agricultor próspero y respetable de la zona lindante con Tipperary, apenado por la muerte de su esposa, introdujo en el féretro dos pares de abarcas, unas ligeras y otras más pesadas, las primeras para el tiempo seco y las segundas para la lluvia, con el fin de aliviar las fatigas de las inevitables expediciones que habría de acometer la difunta para buscar agua y repartirla entre las almas sedientas del purgatorio. Los enfrentamientos se tornan violentos y desesperados cuando, casualmente, dos cortejos fúnebres se aproximan al mismo tiempo al cementerio, pues cada cual se empeña en dar prioridad a su difunto para sepultarle y liberarle de la carga que recae sobre quien llega último. No hace mucho sucedió que uno de los dos cortejos, por miedo a que su amigo difunto perdiera la inestimable ventaja, llegó al cementerio por un atajo y, violando uno de los más arraigados prejuicios, sus miembros lanzaron el ataúd por encima del muro para no perder tiempo entrando por la puerta. Se podrían citar numerosos ejemplos y todos ellos pondrían de manifiesto cuán arraigada se encuentra esta superstición entre los campesinos del sur. Pero no entretendré al lector con más preliminares y procederé a presentarle el siguiente:



      Extracto de los manuscritos del difunto reverendo Francis Purcell, de Drumcoolagh.  



      “Voy a contar la siguiente historia con todos los detalles que recuerdo y con las propias palabras del narrador. Tal vez sea necesario destacar que se trataba de un hombre, como se suele decir, “bien hablado”, pues durante mucho tiempo enseñó las artes y las ciencias liberales que a su juicio era conveniente que conocieran los despiertos jóvenes de su parroquia natal, circunstancia ésta que podría explicar la aparición de ciertas palabras altisonantes en el transcurso de la presente narración, más destacables por su eufonía que por la corrección con que se emplean. Sin más preámbulos procedo a presentar ante ustedes las fantásticas aventuras de Terry Neil.

                
                 Las puertas del cementerio
 

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