sábado, 4 de febrero de 2012

Machado de Assis.- EL ALIENISTA


Machado de Assis.- EL ALIENISTA

El libro y el autor

Las crónicas de la villa de Itaguaí dicen que en tiempos remotos había vivido allí un cierto médico, el doctor Simón Bacamarte, hijo de la nobleza de la tierra y el más grande de los médicos del Brasil, de Portugal y de las Españas. Había estudiado en Coimbra y Padua. A los treinta y cuatro años regresó al Brasil, no pudiendo lograr el rey que permaneciera en Coimbra al frente de la universidad, o en Lisboa, encargándose de los asuntos de la monarquía que eran de su competencia profesional.

-La ciencia -dijo él a su majestad- es mi compromiso exclusivo; Itaguaí es mi universo.

Dicho esto, retornó a Itaguaí, y se entregó en cuerpo y alma al estudio de la ciencia, alternando las curas con las lecturas, y demostrando los teoremas con cataplasmas.

Alrededores de Itaguaí

A los cuarenta años se casó con doña Evarista da Costa e Mascarenhas, señora de veinticinco años, viuda de un juez-de-fora, ni bonita ni simpática. Uno de sus tíos, cazador de pacas ante el Eterno, y no menos franco que buen trampero, se sorprendió ante semejante elección y se lo dijo. Simón Bacamarte le explicó que doña Evarista reunía condiciones fisiológicas y anatómicas de primer orden, digería con facilidad, dormía regularmente, tenía buen pulso y excelente vista; estaba, en consecuencia, apta para darle hijos robustos, sanos e inteligentes. Si además de estos atributos -únicos dignos de preocupación por parte de un sabio- doña Evarista era mal compuesta de facciones, eso era algo que, lejos de lastimarlo, él agradecía a Dios, porque no corría el riesgo de posponer los intereses de la ciencia en favor de la contemplación exclusiva, menuda y vulgar, de la consorte.

Doña Evarista desmintió las esperanzas del doctor Bacamarte: no le dio hijos, ni robustos, ni frágiles. La índole natural de la ciencia es la longanimidad; nuestro médico esperó tres años, luego cuatro, después cinco. Al cabo de este tiempo, hizo un estudio profundo de la materia, releyó todos los escritos árabes y otros que tenía en su poder y que había traído a Itaguaí, realizó consultas con las universidades italianas y alemanas, y terminó por sugerir a su mujer un régimen alimenticio especial. La ilustre dama, nutrida exclusivamente con la tierna carne de cerdo de Itaguaí, no atendió las amonestaciones del esposo; y a su resistencia -explicable pero incalificable- debemos la total extinción de la dinastía de los Bacamartes.

Pero la ciencia tiene el inefable don de curar todas las penas; nuestro médico se sumergió enteramente en el estudio y en la práctica de la medicina. Fue entonces cuando uno de los rincones de ésta le llamó especialmente la atención: el área de lo psíquico, el examen de la patología cerebral. No había en la colonia, y ni siquiera en el reino, una sola autoridad en semejante materia, mal explorada o casi inexplorada. Simón Bacamarte comprendió que la ciencia lusitana y, particularmente, la brasileña, podía cubrirse de "laureles inmarcesibles"... expresión usada por él mismo, en un impulso favorecido por la intimidad doméstica; exteriormente era modesto, como conviene a los ilustrados.

-La salud del alma -proclamó él- es la ocupación más digna del médico.

-Del verdadero médico -agregó Crispín Soares, boticario de la villa, y uno de sus amigos y comensales.

Una vieja estampa del lugar

Entre otros pecados de los que fue acusado el Ayuntamiento de Itaguaí por los cronistas, figura el de ser indiferente a los dementes. Así es que cuando aparecía algún loco furioso lo encerraba en una habitación de su casa y, ni atendido ni desatendido, allí lo dejaban hasta que la muerte lo venía a defraudar del beneficio de la vida; los mansos en cambio andaban sueltos por la calle. Simón Bacamarte se propuso desde un comienzo reformar tan mala costumbre; pidió autorización al Ayuntamiento para dar abrigo y brindar cuidados, en el edificio que iba a construir, a todos los dementes de Itaguaí y de las demás villas y ciudades, mediante una paga que el Ayuntamiento le daría cuando la familia del enfermo no lo pudiese hacer. La propuesta excitó la curiosidad de toda la villa, y encontró gran resistencia, tan cierto es que difícilmente se desarraigan los hábitos absurdos o aun malos. La idea de meter a todos los locos en la misma casa, viviendo en común, pareció en sí misma un síntoma de demencia, y no faltó quien se lo insinuara a la propia mujer del médico.

 -Mire, doña Evarista -le dijo el padre Lopes, vicario del lugar-, yo creo que a su marido le convendría hacerse un paseo hasta Río de Janeiro. Eso de estar estudiando un día tras otro sin pausa, no es nada bueno; terminará por enloquecerlo.

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