lunes, 10 de octubre de 2011

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

Max Aub.- CRIMENES EJEMPLARES

 Una edición del libro

     - NO LO HICE adrede.
     Yo tampoco. Es todo lo que se le ocurrió repetir aquella imbécil, frente al jarro, hecho añicos. ¡Y era el de mi santa madre, que en gloria esté! La hice pedazos. Les juro que no pensé, un momento siquiera, en la ley del Talión. Fue más fuerte que yo.

     LO MATÉ porque habló mal de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran mentira.

     LO MATÉ porque era de Vinaroz.

     -¡ANTES MUERTA!-me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!
Max Aub (el de la derecha) en Quebec


     ERA TAN SENCILLO: Dios es la creación, a cada momento es lo que nace, lo que continúa, y también lo que muere. Dios es la vida, lo que sigue, la energía y también la muerte, que es fuerza y permanencia y continuidad. ¿Cristianos éstos que dudan de la palabra de su Dios? ¿Cristianos ésos que temen a la muerte cuando les prometen la resurrección? Lo mejor es acabar con ellos de una vez. ¡Que no quede rastro de creyentes tan miserables! Emponzoñan el aire. Los que temen morir no merecen vivir. Los que temen a la muerte no tienen fe. ¡Que aprendan, de una vez, que existe el otro mundo! ¡Sólo Alá es grade!

     SE MONDABA los dientes como si no supiese hacer otra cosa. Dejaba el palillo al lado del plato para, tan pronto como dejaba de masticar, volver al hurgo. Horas y horas, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de adelante para atrás, de atrás para adelante. Levantándose el labio superior, leporinándose, enseñando sus incisivos –uno tras otro- amarillentos, bajándose el inferior hasta la encía carcomida: hasta que sangró; un poco nada más. Le transformé la biznaga en bayoneta, clavándosela hasta los nudillos.
     Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle entonces la cara. Lo gorrino quita lo valiente.

     EMPEZÓ A DARLE VUELTA al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio (el vaso era ordinario, el lugar barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado). Se oía el ruido del metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicarse:
     -Todavía no se ha deshecho el azúcar.
     Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió en seguida con redoblada a energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y el ruido de la cuchara en el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé.


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