martes, 20 de septiembre de 2011

Robert Musil.- EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

Robert Musil.- EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

El autor


1. Accidente sin trascendencia

     Sobre el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento, no mostraba tendencia a esquivarlo, desplazándose hacia el norte. Los isotermos y los isóteros cumplían con su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. la salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, del anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.

Una plaza de Klagenfurt, la patgria chica de Musil
     Automóviles salían disparados de calles largas y estrechas al espacio libre de luminosas plazas. Hileras de peatones, surcando zigzagueantes la multitud confusa, formaban esteras movedizas de nubes entretejidas. A veces se separaban algunas hebras, cuando caminantes más presurosos se abrían paso por entre otros a quienes no corría tanta prisa, se alejaban ensanchado curvas y volvían, tras breves serpenteos, a su curso normal. Centenares de sonidos se sucedían uno tras otro, confundiéndose en un prolongado ruido metálico del que destacaban diversos sones, unos agudos claros, otros roncos, que discordaban la armonía pero que la restablecían al desaparecer. De este ruido hubiera deducido cualquiera, después de largos años de ausencia, sin previa descripción y con los ojos cerrados, que se encontraba en la capital del Imnperio, en la ciudad residencial de Viena. A las ciudades se las conoce,
La ópera de Viena
como a las personas, por el andar. Mirando de lejos y sin fijarse en pormenores, lo podían haber revelado igualmente el movimiento de las calles. Pero tampoco es de trascendencia siquiera el que, para averiguarlo, se lo hubiera tenido uno que imaginar. Las excesiva estimación de la pregunta de “dónde nos encontramos” procede del tiempo de las hordas nómadas que debían tener conocimiento cabal y de plena posesión de sus pastos. Sería interesante saber por qué al ver una nariz amoratada se da uno por satisfecho con reparar simplemente y de manera imprecisa en el color, y nunca se pregunta qué clase de tonalidad tiene, aunque, sin más, se lo podría expresar la medida de las vibraciones moleculares. Por el contrario, en asunto tan complejo como es una ciudad en la que se vive, se quisiera conocer todas sus peculiaridades. Esto nos desvía de lo más importante.
Una edición de este libro

1 comentario:

  1. Hola. Has puesto la fotografía de un tomo, tenemos más para leer de la obra, je, je...

    ResponderEliminar