martes, 9 de agosto de 2011

Chesterton.- EL DIOS DE LOS GONGS


Chesterton.- EL DIOS DE LOS GONGS

     Era una de esas tardes destempladas y vacías de principios de invierno, cuando el día parece más de plata que de oro y más de peltre que de plata. Si resultaba deprimente en cien desoladas oficinas y soñolientos salones, era aún más deprimente en las planas costas de Essex, donde la monotonía se hacía aún más inhumana debido a que la rompía, muy de tarde en tarde, un farol que parecía menos civilizado que un árbol o un árbol que era más feo que un farol. Una ligera nevada se había medio derretido, quedando sólo algunas manchas de nieve, que también parecían más plomizas que plateadas, una vez cubiertas por el sello de la escarcha. No había vuelto a nevar, pero por la orilla misma de la costa quedaba una banda de la nieve vieja, paralela a la pálida banda de la espuma del mar.

     La línea del mar parecía helada, de tan vívida como resultaba, con su color azul violeta, como la vena de un dedo helado. En millas y más millas a la redonda no había más ser vivo que dos caminantes, que marchaban a buen paso, aunque uno tenía las piedras mucho más largas y daba unas zancadas mucho más largas que el otro.

     No parecía un lugar o un momento muy adecuado para unas vacaciones, pero el padre Brown tenía pocas vacaciones y tenía que tomárselas cuando podía, y siempre prefería, si era posible, tomarlas en compañía de su viejo amigo Flambeau, ex-ladrón y ex-detective. Al sacerdote se le había antojado visitar su vieja parroquia de Cobhole, y a ella se dirigía, en dirección nordeste, por la costa.

     Tras caminar una o dos millas más, se encontraron con que la costa comenzaba a convertirse en un verdadero malecón, formando algo parecido a un paseo marítimo. Los feos faroles empezaron a hacerse más frecuentes y más ornamentados, aunque seguían siendo igual de feos. Media milla más allá el pare Brown se sorprendió de ver primero pequeños laberintos de macetas sin flores, cubiertas con las plantas bajas, aplastadas y pálidas, que se parecen más a un pavimento de mosaico que a un jardín, colocadas entre escuálidos senderos ondulados salpicados de bancos con respaldos ondulados. Al padre Brown le pareció olisquear el ambiente de cierto tipo de ciudad costera por la que no tenía particular afición y al mirar paseo adelante junto al mar vio algo que despejó todas sus dudas. En la distancia gris se levantaba el amplio estrado para la orquesta típico de las ciudades marítimas, semejante a una seta gigantesca son seis patas.

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