lunes, 6 de junio de 2011

Chejov.- LA CERILLA SUECA

Antón Chejov: LA CERILLA SUECA


Chejov y Tolstoi

En la mañana del 6 de octubre de 1885 se presentó en el despacho del comisario del segundo distrito un joven bien vestido, quien declaró que a su amo, el corneta de la Guardia retirado Mark Ivanovich Kliausov, le habían asesinado. Al prestar tal declaración se mostraba pálido y realmente agitado. Las manos le temblaban y los ojos mostraban espanto.
 - ¿Con quien tengo el honor de hablar? -le preguntó el comisario.
 - Soy Psiekov, administrador de Kliausov, agrónomo y mecánico.
 El comisario y sus ayudantes, acompañados de Psiekov, se trasladaron al lugar del suceso, donde pudieron ver el siguiente cuadro:


 Una muchedumbre se agolpaba junto al pabellón de Kliausov. La noticia se había propagado con la rapidez del rayo y, como era día festivo, acudió la gente de todos los pueblos de las cercanías. Se oía un sordo murmullo. De cuando en cuando asomaban rostros pálidos y llorosos. Encontraron cerrada la puerta del dormitorio de Kliausov, con la llave de la cerradura metida por dentro.
 - Es evidente que los asesinos tuvieron que escapar por la ventana -observó Psiekov al inspeccionar la puerta.
 Fueron al jardín; desde allí se veía la ventana del dormitorio cubierta por un visillo verde y desteñido, con aspecto lúgubre y amenazador. Uno de los ángulos del visillo estaba algo levantado, lo que permitía echar una ojeada al interior.

 - ¿Alguno de vosotros ha mirado por la ventana? -preguntó el comisario.
 - No, señoría; nadie -respondió Efrem el jardinero, un anciano bajito con pelo blanco y cara de sargento retirado- ¡Cualquiera se pone a mirar cuando todos tiemblan de espanto!
 . ¡Ay Mark Ivanovich, Mark Ivanovich! -suspiró el comisario mirando la ventana-. ¿No te decía yo que acabarías mal? Y tu no me hiciste nunca caso. La corrupción no puede llevar a nada bueno.
 - Debemos dar las gracias a Efrem -dijo Psiekov-. A no ser por él no nos hubiéramos enterado. Él fue el primero a quien se le ocurrió que aquí pasaba algo extraño. Esta mañana vino a verme y me dijo: "¿Por qué nuestro amo tarda tanto en despertarse? Lleva ya una semana sin salir del dormitorio". Me pareció como si me hubieran dado un golpe en la cabeza. En seguida pensé... No se le ve desde el sábado y hoy es domingo. ¡Siete días! ¡No es cosa de broma!
 - ¡Pobrecillo! -suspiró nuevamente el comisario-. Era un buen chico, culto e inteligente. Era quien animaba todas las reuniones. Pero el pobre, que en paz descanse, estaba dejado de la mano de Dios. Siempre temí una cosa así.

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