sábado, 4 de junio de 2011

Anatole France.- EL CRIMEN DE SYLVESTRE BONNARD



Anatole France.- EL CRIMEN DE SYLVESTRE BONNARD 

I: El leño de Navidad. 24 de diciembre de 1849.

     Me había puesto las zapatillas y el batín. Enjugué mis ojos empañados por una lágrima que les arrancó el viento al cruzar el muelle.
     Una lumbre llameante ardía en la chimenea de mi despacho; una tenue capa de hielo que cubría los cristales de las ventanas formaba floraciones semejantes a las hojas de los helechos, y ocultaba a mi vista el Sena, sus puentes y el Louvre de los Valois.

     Acerqué al fuego mi sillón y la mesita para ocupar junto a la lumbre el sitio que Hamilcar se dignaba dejarme. Hamilcar, hecho una bola, dormía cerca de los morillos (1) sobre un almohadón de pluma con el hocico entre las patas; una respiración acompasada hacía oscilar su pelo abundante y suave; al sentirme, entreabrió los ojos y mostró sus pupilas de ágata bajo sus párpados entornados, que cerró en seguida, como si pensara: "No es nadie: es mi amigo".

     -¡Hamilcar! -le dije mientras estiraba las piernas-. ¡Hamilcar, príncipe soñoliento de la ciudad de los libros, guardián nocturno!, tu defiendes contra los viles roedores los manuscritos y los impresos que el viejo sabio adquirió gracias a un modesto peculio y a un celo infatigable. En esta biblioteca silenciosa protegida por tus virtudes militares duermes con el abandono de una sultana, porque reúnes en tu persona el aspecto formidable de un guerrero tártaro y la gracia apacible de una mujer de Oriente. Heroico y voluptuoso Hamilcar, duermes en espera de la hora en que los ratones bailarán a la claridad de la luna ante los Acta sanctorum de los doctos bolandistas (2).

     El principio de aquel discurso agradó a Hamilcar, el cual lo acompañó con un murmullo semejante al hervor de un puchero; pero como alcé la voz, Hamilcar agachó las orejas y arrugó la piel atigrada de su frente para darme a entender que era de mal gusto declamar así.

     Hamilcar meditaba:

     "Este hombre, que tiene tantos libros, habla sin decir nada, mientras que nuestra cocinara sólo pronuncia palabras llenas de sentido, sustanciosas, ya con el anuncio de una comida, ya con la promesa de algún castigo. Se sabe lo que dice. Pero este viejo emite sonidos que no comprendo".

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(1) Cada uno de los caballetes de hierro que se ponen en el hogar para sustentar la leña.
(2) Se designa con el nombre de bolandistas al grupo de colaboradores jesuitas que prosigue la obra hagiográfica iniciada en el siglo XVII por el Padre Jean Bolland (1596 - 1665) en Amberes, dedicada a la recopilación de todos los datos posibles sobre los santos católicos. (De Wikipedia).

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